UN CUENTO DE NAVIDAD


Hace más de dos mil años, un ángel se le apareció a unos pastores en el campo para anunciarles el nacimiento de una hermosa criatura. Los pastores se apresuraron en llegar al lugar que el ángel les había señalado, entonces quedaron perplejos  al mirar a ese hermoso niño. Pasaron horas contemplando su hermosura. Al termina y cuando los pastores se alejaron del lugar y la quietud volvió, el niño del pesebre levantó la cabeza y miró hacia la entrada de la cueva en donde se encontraba.
Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.
- Acércate- le dijo el niño - ¿Por qué tienes miedo?
- No me atrevo... no tengo nada para darte, le dijo el muchacho.
- Me gustaría que me des un regalo – dijo el recién nacido.
El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
- De verdad no tengo nada... nada es mío, si tuviera algo, algo mío, te lo daría... mira!!!
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo oxidada que había encontrado.
- Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy...
- No - contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.
- Con gusto – dijo el muchacho- pero... ¿qué?
- Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:
- No puedo... mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo...!
- Justamente, por eso lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.
- Pero... ¡esta mañana lo he roto! – tartamudeó el chico.
- Por eso lo quiero... Debes ofrecerme siempre lo que está roto en tu vida, yo quiero arreglarlo... Y ahora –insistió el niño- repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron cómo habías roto el plato.
El rostro del muchacho se ensombreció, bajó su cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:
- Les he mentido... Dije que el plato se me había caído de las manos, pero no era cierto... ¡estaba enfadado y lo tiré con rabia!
- Eso es lo que quería oírte decir –dijo el niño- Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas... No tienes necesidad de guardarlas... Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas.

Porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.
Lc. 2:11


Autor: desconocido

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