El Destino del Cristiano


La existencia de un destino presume un origen, un principio o un punto de partida. Tal como en una competencia de carros o una carrera de maratonistas, de la misma manera hay una meta de salida y también una meta de llegada o destino. En la vida es indispensable tener objetivos claros y precisos si queremos llegar a nuestro destino. Muchos cristianos hoy en día no conocen cual es su destino. El apóstol Pablo tenía muy clara sus metas: “A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él. Con este fin trabajo y lucho fortalecido por el poder de Cristo que obra en mí” (Col. 1:28-29).

Nuestro Destino es ser transformados a la imagen de Cristo Jesús y cuando le veamos cara a cara completaremos esta transformación. Mientras tanto nos encontramos en el proceso de cambio y santificación. El objetivo del ministerio de Pablo era ayudar a que todos los creyentes fueran perfectos o completos en Cristo. Es importante recordar que la vida cristiana es el proceso de transformación para ser como Cristo y es el Espíritu Santo el que ayuda a transforma a los creyentes para lograr ese propósito.

Nuestro creador ya tenía diseñada y formulada nuestra vida y nuestro destino. El Salmo 139 en los versículos del 13 al 16 dice: “Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos”. Antes que fuéramos concebidos Dios nos había formado en su mente de una manera extraordinaria. El ha marcado nuestro destino desde un principio y su voluntad para nosotros es enteramente beneficiosa y positiva, es por ello que no debe caber duda en nuestro interior a cerca del futuro que afrontamos, siempre y cuando nos mantenemos agarrados de su mano. Por tanto se hace necesario que nuestra manera de vivir se vea transformada a diario por pensamientos que se renueven a cada instante: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Rm. 12:2). 

Nuestro destino debería ser la meta a la cual nos acerquemos cada día un poco más, buscando ser constantes en ese avance y perseverantes en ese objetivo, el de ser santos y perfectos en Cristo Jesús. Satanás ha buscado la manera de impedir y desviar nuestra mirada de esa meta y cada día y en cada instante, empleará cualquier situación y a cualquier persona para lograr su cometido y crear en tu mente la idea que de que el destino de Dios para ti no existe y que la vida entonces, no tiene ningún sentido, solamente es pasajera y que por lo tanto hay que vivir el momento sin pensar en el futuro porque no lo hay. Mira lo que en el libro de Sabiduría[1] en parte de sus capítulos 1 y 2 dice al respecto y como se expone el pensamiento de aquellos que el enemigo utiliza contra el cristiano: “Porque Dios no hizo la muerte, y no le gusta que se pierdan los vivos. El creó todas las cosas para que existan;…. La tierra no está sometida a la muerte, pues el orden de la justicia está más allá de la muerte. Los impíos, sin embargo, llaman a la muerte con gestos y palabras; ven en ella a una amiga y se han prendado de ella; han hecho con ella un pacto y se hacen merecedores de caer en sus manos” (Sab. 1:13-16). 

Y en el mismo libro de Sabiduría en el capitulo 2 dice: “Partiendo de falsos razonamientos sacan estas conclusiones: Nuestra vida es corta y llena de decepciones, tendremos un fin y será sin remedio: nunca se ha visto que alguien haya subido del mundo de los muertos. Nacimos por pura casualidad, y cuando lleguemos al final será como si no hubiésemos existido. Nuestro soplo vital no es más que el vapor de nuestro aliento; nuestro pensamiento salta como una chispa del latido de nuestro corazón. Cuando llegue a extinguirse, el cuerpo regresará al polvo, y el espíritu se dispersará como una bocanada de aire. Con el tiempo se olvidarán de nuestro nombre, nadie más pensará en lo que hicimos; nuestra vida pasa como la sombra de una nube, se desvanece como niebla a los rayos del sol. Nuestra vida es sólo el paso de una sombra, cuando llega el fin es sin vuelta: una vez sellado, nadie vuelve.

Vengan, pues, gocemos de los bienes presentes, aprovechémonos de todo, ¡ea, vamos, es la juventud!, ¡que haya vino y perfumes! ¡No dejemos que se marchiten las rosas, pongámoslas en nuestra corona! ¡Que nadie de nosotros falte a nuestra comilonas; por todas partes dejaremos recuerdos de nuestras fiestas, pues ésa es nuestra herencia y nuestra suerte! Seamos duros con esos pobres piadosos, y lo mismo con las viudas; ¡nada de respeto con los viejos de cabellos blancos!" ¡Nuestra fuerza sea la ley! ¡La debilidad es prueba de que uno no sirve para nada! Hagamos la guerra al que nos reprende porque violamos la Ley; nos recuerda cómo fuimos educados y nos echa en cara nuestra conducta. Pretende conocer a Dios y se proclama hijo del Señor. No hace más que contradecir nuestras ideas, y su sola presencia nos cae pesada. Lleva una vida distinta a la de todos y es rara su conducta. Nos considera unos degenerados, creería mancharse si actuara como nosotros. Habla de una felicidad para los justos al final y se vanagloría de tener a Dios por padre.

Veamos, pues, si lo que dice es verdad y hagamos la prueba: ¿cómo se librará? Si el justo es hijo de Dios, Dios lo ayudará y lo librará de sus adversarios. Sometámoslo a humillaciones y a torturas, veamos cómo las acepta, probemos su paciencia. Luego, condenémoslo a una muerte infame pues, según él, alguien intervendrá. (Sab. 2:1-20).

E inmediatamente en el mismo capítulo 2 del mismo libro encontramos esta conclusión: “Así, es como razonan, pero están equivocados. Su maldad los enceguece, de tal manera que no conocen los secretos de Dios. No esperan la recompensa de una vida santa, ni creen que las almas puras tendrán su paga. Pero Dios creó al hombre a imagen de lo que en El es invisible, y no para que fuera un ser corruptible. La envidia del diablo introdujo la muerte en el mundo, y la experimentan los que toman su partido” (Sab. 2:21-24).

Que más decir acerca de lo que Satanás ha querido hacer en nuestra vida y cómo pretende desvirtuar el destino de Dios para el hombre. Lamentablemente ese destino fue manchado y corrompido por nuestra desobediencia, y hemos venido cayendo en la trampa del enemigo el cual se aprovecha de la naturaleza humana que está siempre inclinada al pecado. El Señor tuvo que entregar a su hijo para alcanzarnos la perfección y recuperar ese destino como hijos de Dios. En Dios existe la restauración. La Biblia nos enseña acerca de esto: “Ustedes estaban muertos a causa de sus faltas y sus pecados. Con ellos seguían la corriente de este mundo y al soberano que reina entre el cielo y la tierra, el espíritu que ahora está actuando en los corazones rebeldes. De ellos éramos también nosotros, y nos dejamos llevar por las codicias humanas, obedeciendo a los deseos de nuestra naturaleza y consintiendo sus proyectos, e íbamos directamente al castigo, lo mismo que los demás. 

Pero Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura gracia ustedes han sido salvados! Nos resucitó en Cristo Jesús y con él, para sentarnos con él en el mundo de arriba.

En Cristo Jesús Dios es todo generosidad para con nosotros, por lo que quiere manifestar en los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia. Ustedes han sido salvados por la fe, y lo han sido por gracia. Esto no vino de ustedes, sino que es un don de Dios;" tampoco lo merecieron por sus obras, de manera que nadie tiene por qué sentirse orgulloso. Lo que somos es obra de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos en ellas.

Acuérdense de que fueron gente pagana; los que se llaman a sí mismos circuncisos, por una circuncisión quirúrgica, los llamaban a ustedes incircuncisos. En aquel tiempo no esperaban un Mesías, no tenían parte en el pueblo de Israel y no les correspondían las alianzas de Dios ni sus promesas; ustedes vivían en este mundo sin esperanza y sin Dios.

Pero ahora, en Cristo Jesús y por su sangre, ustedes que estaban lejos han venido a estar cerca. El es nuestra paz. El ha destruido el muro de separación, el odio, y de los dos pueblos ha hecho uno solo. En su propia carne destruyó el sistema represivo de la Ley e hizo la paz; reunió a los dos pueblos en él, creando de los dos un solo hombre nuevo. Destruyó el odio en la cruz y, habiendo reunido a los dos pueblos, los reconcilió con Dios por medio de la misma cruz.

Vino como evangelizador de la paz: paz para ustedes que estaban lejos, y paz para los judíos que estaban cerca. Y por él los dos pueblos llegamos al Padre en un mismo Espíritu.

Así, pues, ya no son extranjeros ni huéspedes, sino ciudadanos de la ciudad de los santos; ustedes son de la casa de Dios” (Ef. 2_1-19). 

Es en este último versículo en donde encontramos la revelación de nuestro destino, somos llamados ciudadanos de la ciudad de los santos y por tanto pertenecemos a la casa de Dios, Pablo lo afirmaría en su carta a los Filipenses: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Flp. 3:20).

Tú destino y el mío es estar en la presencia de Jesús. Como ciudadanos del cielo, nuestra raíz espiritual nos llama a nuestra patria celestial. Tu destino está con tu Señor Creador y Salvador y debemos aprender a volar hacia allá.

Tomado de mi libro Listo Para Volar - Un llamado a la Libertad, Cap. III, pag. 60

Autor: Mario Gutierrez

[1] El Libro de la Sabiduría de Salomón, es un libro bíblico del Antiguo Testamento y está incluido en el Tanaj judío hebreo-arameo (conjunto de los 24 libros de la Biblia hebrea y constituye, junto a otros libros, el llamado Antiguo Testamento). Se incluye en Biblia entre los llamados libros deuterocanónicos. En las Biblias, producto de la Reforma, son excluidos estos libros deuterocanónicos, a los cuáles llaman "apócrifos". 







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