Una breve reseña histórica: “El Día de los Difuntos” o “El Día de todos los Santos” es el día designado en la Iglesia Católica Romana para la conmemoración de los difuntos fieles.
La celebración se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa.
Ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial. The Encyclopedia Americana dice: “Elementos de las costumbres relacionadas con la víspera del Día de Todos los Santos se remontan a una ceremonia druídica de tiempos precristianos. Los celtas tenían fiestas para dos dioses principales... un dios solar y un dios de los muertos (llamado Samhain), la fiesta del cual se celebraba el 1 de noviembre, el comienzo del año nuevo celta. La fiesta de los difuntos fue gradualmente incorporada en el ritual cristiano” (1977, tomo 13, pág. 725).
La práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. El profeta Jeremías en el Antiguo Testamento dice: "En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el «¡ay, señor!» te plañirán, porque lo digo yo - oráculo de Yahveh " (Jeremías 34,5) a su vez en el libro 2° de los Macabeos está escrito: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (2 Mac. 12, 46). (Debe aclararse que el libro de Los Macabeos no forma parte de la Biblia utilizada por la Iglesia Evangélica).
He querido traer a colación el tema de esta celebración o conmemoración que es practicada en varios países del mundo y que especialmente nos debería ayudar a meditar en esa realidad tan importante que todos, tarde o temprano, vamos a tener que enfrentar.
La visita que se realiza a los cementerios y a las tumbas de nuestros antepasados debe servirnos no solo para aprovechar en repararla, limpiarla y adornarla con flores, sino más bien debe ponernos a pensar que también un día nuestro cuerpo descansará en ese lugar y que probablemente nuestros familiares y amigos nos llegaran a visitar y colocaran flores como un homenaje a nuestra memoria (recuerdo) de lo que fuimos en vida. Dios quiera que nuestro recuerdo sea un ejemplo de vida y de alegría y no de amargura y dolor.
Es necesario que el tiempo de vida que Dios nos quiera dar, sea empleado para buscar y trabajar con esfuerzo en lo que nos da la vida verdadera y no sea gastado en afanes que son perecederos y que al final, el tiempo los desgasta y corroe.
Jesús nos dice: “Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna. Este se lo dará el Hijo del hombre… “Jn 6:27
Mi querido hermano(a): Aprovecha la oportunidad que hoy tienes: trabaja, esfuérzate e invierte en tu salvación y también en llevar el amor de Cristo a los demás, para que cuando Dios te llame a su presencia, puedas entrar a tu lugar de descanso, al “dulce hogar”, a compartir con todos aquellos que hoy están gozando de la presencia del Señor. Y cuando un familiar o amigo visite tu sepultura pueda recordarte con alegría, emoción y que te extrañe por todo el legado de enseñanza, amor y vida que dejaste.
Que no te suceda como a muchos que la gente se alegra y hasta dan gracias a Dios por tu muerte porque eras un insoportable.
Que tu epitafio no sea como el de la fotografía, sino más bien que no alcance el espacio para escribir todo lo que tú fuiste: un excelente padre o madre, un gran esposa(a), un buen hijo(a), un excelente amigo, un insustituible compañero, un gran siervo de Dios.
Que Dios te bendiga en abundancia.
Autor: Mario Gutierrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios.