Comparto este interesante artículo tomado de "LA PALABRA ENTRE NOSOTROS", Devocionario Católico en su edición Cuaresma 2013. (www.la-palabra.com)
Hace aproximadamente 800 años, un joven de Asís, llamado Francisco estaba rezando muy concentrado en la contemplación frente a un crucifijo en la deteriorada iglesia de San Damián. Estaba absorto en la contemplación cuando, de repente, escuchó una voz que venía del crucifijo. “Francisco”, le dijo, “anda a reconstruir mi iglesia, que como ves está en ruinas.” Movido por la voz, Francisco se puso de inmediato a trabajar para restaurar el ruinoso templo. Sacó los escombros, parchó el techo y colocó piedras nuevas para afirmar las paredes. Incluso salió a las calles de la ciudad a pedir dinero para comprar los materiales necesarios.
Pero no era esto exactamente lo que Dios quería decirle. Con el tiempo, Francisco se dio cuenta de que Jesús le pedía reconstruir espiritualmente toda la Iglesia, no reparar físicamente un templo.
El malentendido y la falta de una comunicación clara son naturales en la vida. Todos hemos dicho algo poco claro o hemos entendido erróneamente las palabras de alguien, y estos malentendidos a veces nos han llevado a cometer errores en el trabajo, hacernos una mala impresión de alguien o reaccionar con violencia a lo que nos ha parecido un insulto. Incluso, en ocasiones estos malentendidos nos han hecho cambiar la manera como llevamos la vida cristiana.
En el primer artículo, dijimos que era importante tener en claro cuál es el mensaje del Evangelio. Esta vez queremos referirnos a ciertas ideas erróneas que mucha gente tiene del Evangelio. Tal vez si podemos definir lo que el Evangelio no es, lograremos un mejor sentido de lo que sí es.
Errores primitivos. Recordamos que, en la época de la iglesia primitiva, los apóstoles se dedicaban de lleno a enseñar y predicar acerca de Jesús y de la buena noticia de la salvación, porque la mayoría de la gente, especialmente los que vivían lejos de Jerusalén, nunca habían oído hablar de Jesús. En su mayoría, los que no eran judíos no habían oído nunca decir que Dios deseaba redimir a la humanidad y ni siquiera sabían por qué era necesaria una “redención.”
Como el Evangelio era tan nuevo, los primeros creyentes tenían que hablar claramente y en forma precisa cuando compartían el mensaje: tenían que hablar en forma convincente acerca del pecado y la salvación; tenían que explicar quién era Jesús, por qué su muerte era importante para sus oyentes y cómo les podría cambiar la vida para mejor. En algunos casos, hasta tenían que presentar todo el concepto de la resurrección de los muertos.
Ya era bastante difícil compartir el Evangelio con los judíos, que buscaban a un Mesías diferente del que proclamaban los apóstoles. ¡Cómo sería dirigirse a los gentiles, los no judíos, cuyas creencias no tenían relación alguna con las Escrituras hebreas! Pero, por la gracia de Dios, el mensaje fue recibido. En una ciudad tras otra, judíos y gentiles por igual empezaron a aceptar el Evangelio de Jesucristo.
Luego surgieron los conceptos erróneos internos que tuvieron que afrontar los primeros cristianos. Por ejemplo, algunos cristianos de origen judío pensaban que los nuevos conversos gentiles tenían que aceptar diversos aspectos de la tradición judía para poder completar su salvación (Hechos 15,1-2). Y en la comunidad de Corinto, algunos conversos influyentes —a quienes San Pablo sarcásticamente llamaba “superapóstoles”— parecían estar dedicados a sembrar enseñanzas falsas y división en la iglesia (1 Corintios 1,11-17). Y no olvidemos que dos grandes apóstoles, Pablo y Bernabé, estuvieron enemistados durante casi catorce años (Hechos 15,36-41).
¿Religión o relación? La situación de hoy no es diferente de lo que era en la Iglesia primitiva, ya que todavía lidiamos con ideas erróneas sobre el mensaje del Evangelio; todavía afrontamos confusiones sobre lo que significa ser seguidor de Cristo y vemos muchos conceptos diferentes sobre quién es Jesús y lo que Él vino a hacer. A veces, estos errores contienen ciertas partes del mensaje, pero no el corazón del Evangelio.
Un ejemplo es que algunos ven el cristianismo —y hasta nuestra fe católica— solo como un sistema religioso, es decir, lo reducen a un modo de vivir o un conjunto de mandamientos y reglas. En el mundo católico podríamos decir: “Si voy a Misa el domingo, trato de hacer el bien y doy dinero a los pobres, estoy haciendo lo correcto.”
Hasta cierto punto, eso está bien. Pero, como Pablo se lo dijo a los corintios, la vida cristiana se trata de una relación personal con Jesucristo, no una serie de mandatos y prohibiciones. Como lo presentó Pablo, el corazón del Evangelio es un mensaje de reconciliación (2 Corintios 5,19), y la reconciliación en sí misma tiene que ver con las relaciones interpersonales, o entre nosotros y Dios. No se trata de un sistema o un método. El propio Jesús lo dijo: se trata de ser amigos con Él y dar fruto para Él durante toda nuestra vida (Juan 15,14-17).
Es cierto que la Iglesia nos anima a llevar un estilo de vida religioso, con prácticas tales como ir a Misa, rezar nuestras oraciones y observar el ayuno cuaresmal, pero la Iglesia en sí misma no es un sistema religioso: Es la congregación de un pueblo que busca tener y profundizar una relación de amor con Dios y el uno con el otro.
Entonces, cabe preguntarse: “¿Me ayudan estas prácticas a amar a Jesús más cada día? O ¿he dejado que no sean más que una rutina, cosas que hago solo porque se supone que las haga?” Durante la Cuaresma queremos invitarte a que decidas hacer que tus observancias se conviertan en oportunidades: busca a Jesús en la Misa, pídele que satisfaga tu hambre espiritual cuando haces ayuno, y en la oración, espera que el Señor te hable al corazón y te llene de su presencia.
¿Un lugar para modelos de virtud? Un concepto igualmente erróneo es la idea de que el cristianismo es principalmente un sistema de moral, lo que reduce el mensaje del Evangelio a una doctrina centrada en virtudes, como las de honestidad, justicia, bondad e integridad.
Claro que hay una larga tradición de moral cristiana arraigada en los Diez Mandamientos y en el Sermón de la Montaña, y todos estamos llamados a llevar una vida de virtud y hacer todo lo posible por fomentar el bien común, lo que incluye adoptar posturas en contra de cosas como el aborto, la injusticia económica y la inmoralidad sexual, y es cierto que debemos ayudar a los pobres, reconfortar a los ancianos y proteger a los débiles. Todas estas son partes necesarias de nuestra vocación de cristianos, pero la esencia de nuestra vocación está basada en la necesidad de un salvador, y su nombre es Jesús.
San Pablo puso esto en una perfecta perspectiva cuando escribió: “Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios.” Y añadió: “Es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano” (Efesios 2,8-10). Se supone que las convicciones morales que tengamos y las buenas obras que hagamos sean una respuesta al amor de Dios; pero nuestra fe está basada en el deseo de Dios de que nos reconciliemos con Él, y nuestra reconciliación llegó por medio de Jesucristo y su muerte en la cruz, no por medio de nosotros mismos ni de nuestro arduo trabajo.
¿Un Evangelio de hechura propia? Otro malentendido común respecto del Evangelio es la idea de que cada uno puede decidir lo que es o no es el mensaje de cristianismo, error que es parecido a lo que proponen algunos, de que no hay absolutos y que todo es relativo o subjetivo. Los relativistas afirman que un entendimiento es tan bueno como otro, es decir, que hay varios conjuntos de creencias diferentes que son válidos y que ninguna verdad es absoluta. El subjetivismo es similar, pero reduce la pregunta de lo que es la verdad a lo que cada persona piensa y percibe, o sea algo como: Yo tengo mis verdades y tú tienes tus verdades, y eso está bien mientras no nos hagamos daño el uno al otro.
Muy por el contrario, los católicos debemos creer todo que expresa el Credo de Nicea y las enseñanzas de la Iglesia, y aceptar las verdades que se proclaman en la Sagrada Escritura. Estas verdades no son ideas subjetivas ni dependen de nuestra propia interpretación; no son sugerencias ni ideas aisladas. Son verdades que constituyen los fundamentos de nuestra fe.
El verdadero peligro del relativismo y el subjetivismo es que estas filosofías nos aseguran que uno puede incluir a Dios en sus planes como una parte más y adaptarlo a sus expectativas. En efecto, estas filosofías hacen que la forma en que se experimenta a Dios sea más importante que Dios mismo.
Un fundamento seguro. Hay otras ideas erróneas acerca del mensaje del Evangelio, pero las tres que mencionamos son probablemente las más frecuentes, y mientras podamos identificarlas con mayor claridad, estaremos en mejores condiciones para hacerles frente. Es cierto que vivimos en un mundo lleno de ideas falsas y medias verdades sobre nuestra fe, pero no tenemos que aceptar esas ideas como si fueran la verdad. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo, si hacemos todo lo posible por entender claramente lo que es el Evangelio y mantener nuestra confianza en el Señor.
Queridos hermanos, Jesús desea guiarnos durante toda nuestra vida, y por eso entregó su vida por nosotros en la cruz. Allí nos quitó nuestros pecados, para que volviéramos a tener comunión consigo. Cristo quiere ser nuestro Señor y amigo más íntimo, el que dirige nuestros pasos con amor y quién nos lleva a la santidad. Así pues, en esta Cuaresma, hagamos que Jesucristo, el Hijo de Dios que murió y resucitó, sea el fundamento de nuestra fe.
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