Los mejores días para volar, son aquellos en los cuales los cielos están despejados o poco nublados y sin vientos cruzados. Un viento cruzado es aquel que tiene un componente perpendicular a la línea o dirección de viaje. En aviación se considera viento cruzado a aquel viento que sopla perpendicularmente a la pista de aterrizaje, dificultando los aterrizajes y despegues en comparación con un viento que siguiera el sentido de la pista. Si el viento cruzado es lo suficientemente fuerte puede provocar daños estructurales al tren de aterrizaje en las aeronaves que intenten aterrizar. Y a los que intentan despegar, esta fuerza puede llegar a causar que la aeronave se salga de la pista teniendo graves consecuencias.
En la vida y en el mover de todo cristiano existen vientos cruzados que no le permiten desenvolverse a plenitud, provocando que su vida se salga de la pista o del camino señalado por Dios y por consiguiente, la provocación de la caída y el daño subsecuente. Por lo tanto es necesario evitar esos vientos que se cruzan, no solo en la conducta y en el proceder del creyente, sino que además, evitar que se crucen en su mente. Un cristiano con pensamientos de duda y sin una fe arraigada en Cristo no puede tener esos cielos abiertos y despejados para actuar como se espera de él.
Creyendo y no dudando
Cuando queremos alzar nuestro vuelo en el Espíritu, necesitamos comprender que es de suma importancia que nuestro cielo, en este caso, nuestra mente, esté completamente despejada y sin vientos cruzados. Si los hubiere, necesitamos estar conscientes de su existencia, poderlos medir y realizar los cálculos necesarios para saber si nos pueden afectar al momento del despegue. No podemos alzar el vuelo si nuestra cabeza está llena de grandes nubarrones y de fuertes vientos cruzados que quieran impedir el remontarnos en aire. Nuestros pensamientos deben estar muy bien orientados y muy bien definidos para el logro de nuestros propósitos. La duda y el raciocinio humano son dañinos e impiden el despegue.
“Cuando los discípulos lo vieron caminando sobre el agua, quedaron aterrados.
— ¡Es un fantasma! —gritaron de miedo.
Pero Jesús les dijo en seguida:
— ¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo.
—Señor, si eres tú —respondió Pedro—, mándame que vaya a ti sobre el agua.
—Ven — dijo Jesús.
Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al sentir el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó:
— ¡Señor, sálvame!
En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo reprendió:
— ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”
(Mt. 14:26-31).
Pedro al igual que su compañeros creyeron haber visto un fantasma, pero cuando el Señor les reveló su identidad, Pedro retó a Jesús pidiéndole una prueba que le confirmara si se trataba de él. Cuando Pedro bajó de la barca por mandato del Jesús y comenzó a caminar, sintió un viento fuerte y comenzó a hundirse. Jesús reveló a Pedro una gran verdad: La duda hunde y destruye el éxito de lo que te propongas.
Uno de nuestros mayores “vientos cruzados” consiste en dudar que vayamos a lograr lo que Dios nos pide que hagamos. Esta duda proviene no solo del temor causado por los vientos fuertes que soplan directamente en nuestra contra, sino que también, la duda se origina cuando comenzamos a pensar racionalmente, es decir de una manera lógica, y comenzamos a formular preguntas como por ejemplo: ¿cómo lo hará Dios? ¿Cómo podrá ser posible todo esto? Cuando pretendemos responder a esas interrogantes, buscando una respuesta comprensible, comenzamos a imaginar decenas de opciones o posibilidades, las cuales solo nos pueden llevar a la confusión. Aquí está nuestro error. Dios no actúa como lo haríamos nosotros. El siempre lo hará de la manera menos pensada y de la forma menos ortodoxa.
Recordemos uno de los hechos más impresionantes en la historia de la Biblia: El Paso por el Mar Rojo. (Ex.14). Cuando el pueblo de Israel era perseguido por el Faraón fueron puestos “entre la espada y la pared” es decir entre el ejército de Faraón y el mar rojo. Para aquellos que por primera vez comenzaban a leer este capítulo del libro del éxodo, podrían ir imaginando una tremenda masacre del pueblo de Israel causada por los egipcios. Lo mismo, supongo, pensaron los que estaban allí en ese momento. Era lógico lo que se veía venir sobre la vida de todos ellos, solo hay que imaginar la escena. Casi todos hemos estado frente al mar y ante tal inmensidad cualquiera se siente pequeño e insignificante. Lo mismo sintieron los israelitas, ese sentimiento les creció de una manera gigantesca. El temor y la angustia de ser pasados por la espada de sus perseguidores, invadió sus mentes. ¿Cómo escapar? ¿Hacia dónde ir? ¿Qué hacer? Definitivamente la cara de la muerte estaba frente a ellos. La decepción en Dios y en Moisés era absoluta.
A muchos nos pasa igual. La angustia y la desesperación ante las presiones de la vida, hacen que se renieguen contra Dios. Y en ti, ¿existe alguna situación que te provoca ese sentimiento hacia la vida y hacia Dios?, ¿acaso será la noticia que el médico te dio diciéndote que tienes una enfermedad de muerte y que te quedan pocos días de vida? a lo mejor eres una persona joven y que te falta mucho por hacer y hoy tus planes de vida se ven truncados por tal anuncio; a lo mejor estás pasando por la experiencia del fallecimiento de la persona a quien amabas, o quizá estés tan desesperado por alguna circunstancia en particular y estás a punto de quitarte la vida porque piensas que no hay salida. ¡Espera un momento! ¡Detente! La historia del pueblo de Israel no termina de esa manera, quien se imaginaría que Dios abriría el mar para que el pueblo pudiera atravesar por él. Y quien imaginaría que ese mismo mar que sirvió para salvación del pueblo, sirviera también de muerte y de sepulcro para sus enemigos y angustiadores. Dios siempre tiene maneras de sorprendernos y de aliviar las cargas de la vida. Solamente tienes que saber que él te ama así como eres, así como estás. Deja que El tome el control de la situación, solo deja que el tome los mandos de tu nave (tu vida) y que la conduzca con maestría y excelencia como lo hace un experimentado piloto que ante cualquier turbulencia causada por fuertes tempestades, saca al avión de la situación controlándolo y alejándolo del peligro hacia espacios despejados y cielos azules.
Tomado de mi libro Listo Para Volar. Un Llamado a la Libertad.
Autor: Mario Gutiérrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios.