Recientemente leí una noticia sobre el papa Francisco. En ésta se decía que el papa llamó a un italiano enfermo para consolarlo. El pontífice tiene la costumbre de llamar a personas enfermas y les dice ``Hola, soy el papa Francisco'' cuando atienden el teléfono. Según la publicación, el interlocutor, Franco Rabuffi, colgó dos veces pensando que se trataba de una broma. Al tercer llamado se dio cuenta de que era el pontífice y se quedó sin habla. Francisco le dijo a Rabuffi que le había resultado divertido, y los invitó a él y a su esposa a la audiencia pública del miércoles en la Plaza de San Pedro, donde los abrazó y les aseguró que había sido él quien lo había llamado.
Traigo a colación dicha noticia porque es sorprendente lo que este papa hace a diferencia de sus antecesores. Me recuerda las cosas que el mismo Jesús acostumbraba a realizar; por donde quiera que iba hacía llamados, a muchos los llamó por su nombre. Tal forma de llamar era tan impactante para algunos que terminaban siguiéndole motivados por una fuerza de atracción impresionante. Sabemos hoy, que esa fuerza no es nada menos que la presencia del Espíritu Santo. Jesús acostumbraba a recorrer muchos caminos y por donde quiera que pasaba dejaba su estela, una huella imborrable. Jesús al igual que ayer, sigue pasando hoy por nuestros caminos, frente a nosotros, llamándonos por nuestros nombres, invitándonos a seguirle, a estar con él, a convivir con él. Claro no lo podemos ver físicamente, pero ¿cómo lo hace? Lo hace a través de nosotros.
Nosotros tenemos esa presencia divina, la presencia del Espíritu Santo de Dios. Ya lo decía pablo: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1ª Co. 3:16). Si cada quien fuera consiente de esa presencia en su interior y la alimentara cultivándola con el estudio de la Palabra de Dios y haciéndola vida, tal como el mismo Jesús la hizo; andaría por ahí sorprendiendo a todos, llamándolos por su nombre, tendiéndole sus mano para ayudar a aquellos que están enfermos, necesitados, encarcelados o hambrientos.
Nuestro mundo, nuestro país, la colonia en donde vivimos, nuestro lugar de trabajo, los círculos que acostumbramos frecuentar, todos ellos están llenos de personas con necesidades de afecto, atención y cariño. Nuestro mundo necesita de personas que al igual que Jesús y que Francisco, sorprenden a cada momento con sus acciones y llamadas de amor.
Este llamado es para todos, a que pongamos en práctica nuestro espíritu de solidaridad con el que lo necesita. Nuestro mundo lo requiere. Ya basta de tanto egoísmo, indiferencia y violencia. Aprendamos a sorprender a los demás llamándolos por sus nombres, abriendo nuestros brazos y con ello dando a conocer que sí se puede vivir y hacer de este lugar en donde estamos, un mundo mejor para vivir.
Autor: Mario Gutiérrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios.